Autor de la reseña: : J. Agustín Franco Martínez
SI ZENÓN LEVANTARA LA CABEZA: REDUCCIÓN DE JORNADA ¿Y DE DERECHOS?
El viernes es el nuevo sábado. Cómo una semana laboral de cuatro días salvará a la economía. El nuevo manual de autosuperación de la economía capitalista que de facto reedita la paradoja de Zenón sobre Aquiles y la tortuga, pero ahora en el plano económico, con la majestuosa interpretación de un resucitado Keynes como Aquiles y la del zombi y sufrido obrero eficiente como la intrépida tortuga. Un thriller a lo Tarantino. Aunque quizá sería más ajustado decir que el obrero es el nuevo Aquiles y la tortuga es la manida reducción de la jornada laboral, cada vez más corta pero nunca alcanzable por el obrero, la nueva zanahoria con la que seguir alargando la jornada laboral, pero ahora fuera (virtualmente) del puesto de trabajo (llámese teletrabajo o falsos autónomos o repartidores a demanda con una app o supuesta ‘conciliación’ laboral y familiar). Es una carrera en la que el corredor más rápido, más productivo y más eficiente jamás alcanza la meta de la reducción de su jornada laboral, mucho menos la abolición del trabajo asalariado. No digamos nada del trabajo no remunerado, de los cuidados ni de las horas extras.
Autor: Pedro Gomes
Editorial: Relógio D’Água
Fecha: 2022
Páginas: 312
Pedro Gomes es un joven economista portugués, profesor de la Birkbeck University en Londres y doctor por la London School of Economics, que nos habla de un tema viejo, ahora de moda, como si se hubiera descubierto la pólvora por primera vez y al que muchos todavía aplauden como si fuera casi la reencarnación de Marx. Nos habla, sin decirlo, de la paradoja de Zenón (Aquiles y la tortuga) reeditada con Keynes y la jornada laboral. Jornadas interminables de más de 40 horas semanales. Luego jornadas de 40 horas a la semana. Luego jornadas de 35 horas. Luego jornadas de 32 horas, es decir, de 4 días laborables a la semana, que es la propuesta de Gomes, todavía lejos de otras propuestas más ambiciosas y de más antigüedad, como la jornada de 21 horas, repartidas en un cómputo anual (según la New Economic Foundation). Incluso las jornadas de 15 horas que ya proponía Keynes en su época.
¿Cuál será la siguiente propuesta? ¿Quién da más? ¿Quién propone 10 horas? A la una, a las dos y a las… ¡Cinco horas, cinco horas! Por allí, al fondo, proponen cinco horas, ¿quién da más? ¡Cero horas! Lo siento, la puja no puede ser nula.
Poco a poco se van planteando programas de reducción de la jornada laboral a cambio de una mayor eficiencia de los obreros. Poco a poco, tan poco a poco que observamos una evolución exponencial infinitesimal de la reducción de la jornada laboral dado el ritmo al que se está debatiendo en la opinión pública. Por lo que finalmente, prevemos, nunca se llegará a plantear la abolición del trabajo asalariado. He ahí la paradoja y el éxito capitalista en los debates sobre la reducción de la jornada laboral. Debates artificiales, debates que son una aporía, debates fakes que sirven para desviar la atención de lo esencial:
Si cada vez hay mayor eficiencia, ¿por qué no se reducen las jornadas al mismo ritmo que crece la productividad? ¿Por qué no se destina el tiempo excedente a aumentar la participación democrática de los trabajadores en el gobierno de las empresas? Es obvio que por la misma dinámica de acumulación capitalista, la cual exige una explotación creciente fruto de la ley del valor y de la ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia. En este sentido, es clave la lectura de “El colapso del capitalismo tecnológico” de Alfredo Macías.
Pero esto es demasiado crudo y espinoso y polémico, por lo que resulta más atractivo y divulgativo presentarlo como un juego de derechos laborales en armonía con las demandas sociales de mayor igualdad, conciencia ecológica, más feminista, más tiempo libre de calidad, etc.
Una nueva vía troyana se está abriendo paso por la puerta de atrás para colarnos la estrepitosa y fallida propuesta de “empleo garantizado”, ahora bajo la forma de ‘reducción de jornada’, pero con el mismo objetivo explícito de un “capitalismo mejor” (según afirma Pedro Gomes en una entrevista para El Salto Diario el 11/08/2022). Esto es, nada de revolución obrera ni de abolición del régimen salarial ni de crítica al capitalismo. El asunto es mantener en la agenda la aspiración/conspiración/inspiración keynesiana por un capitalismo ‘más humano’ para sostener los beneficios de la clase capitalista. Sustituir las reivindicaciones obreras por los intereses de la burguesía: darle más tiempo al obrero para que consuma lo que ha producido de forma tan rentable y eficiente. Porque si la demanda no fluye, no fluyen las ganancias.
Como sostiene el economista portugués Pedro Gomes: “Ya no se puede ignorar el debate de la reducción de jornada laboral porque a muchas empresas les está funcionando”. Ese es el quid de la cuestión, que a las empresas les funcione. Triste argumento. Para no haber ya obreros ni conciencia obrera (como afirman sin titubeos numerosos y acreditados discursos) parece que hay mucho interés en que la clase trabajadora permanezca entretenida en paradojas de difícil solución, haciéndola correr tras unas mejores condiciones laborales que nunca llegan, aunque parezcan estar al alcance de la mano. Si Zenón resucitara.
Dado el fracaso de los economistas españoles a la hora de introducir en el debate público el tema del “empleo garantizado”, han visto cómo la suerte les sonríe de nuevo con el enésimo mantra de la “reducción de la jornada laboral” (desde 2010 se lleva hablando de ello con recurrencia), también regulada, financiada y promovida desde el Estado. Que hablamos desde la misma trinchera keynesiana del reformismo capitalista, tanto al plantear la garantía de empleo como la garantía de reducción de jornada laboral, es fácilmente observable en su ignorancia, su desprecio, su odio y sus ideas sin argumentos contra la renta básica, la única propuesta seria que realmente podría avanzar hacia esas mismas metas de reducción de la jornada laboral y de consecución del pleno empleo, sin necesidad de Keynes ni de sus hooligans y su econo-ficción, como bien analiza Mario del Rosal en su libro “La Gran Revelación” –en el que cuestiona con rigor las debilidades teóricas y conceptuales del ‘trabajo garantizado’–. Incapaces de entender que los derechos humanos hay que garantizarlos, no pervertirlos ni disfrazarlos ni manipularlos ni usurparlos ni camuflarlos.
Algunos estudios incluso se atreven a hacer economía ficción sin ninguna vergüenza, sin demostración ni debate, dogmatizando y difundiendo bulos, como en el informe de la New Economic Foundation sobre las 21 horas (disponible versión española en la web de Ecología Política): “La ‘renta básica ciudadana’ es una idea que tiene una larga historia, muchos partidarios y diversas variantes, pero un fallo fundamental: si todos tuviesen una asignación del Estado, sin enormes subidas de impuestos, los fondos se difuminarían de tal forma que nadie tendría lo suficiente para vivir. Cuando el gobierno está profundamente endeudado por salvar a los bancos, es difícil ver de dónde vendría el dinero para aumentar las ayudas a la infancia, la vivienda, suplementar los bajos salarios, o dar prestaciones para trabajo no remunerado, ni mucho menos para una renta básica ciudadana”. (NEF, 2010, p. 36).
Es insultante para la inteligencia hablar de pleno empleo y de medidas de reducción de la jornada laboral y de organización del trabajo sin ubicar el debate en sus coordenadas justas. Sin tergiversar ni hacer cómplice a Marx de una supuesta sintonía ideológica con Keynes y con Hayek sobre el mundo laboral, como hace Gomes sin despeinarse. Sin mencionar la explotación. Sin observar la imposibilidad teórica de una eventual mejora ilimitada de las condiciones laborales aunque mejoren las condiciones tecnológicas. Sin plantear la falacia del “trabajo garantizado” y la dualidad que supondría polarizar el mercado laboral. Sin discutir con honestidad sobre la renta básica, empezando por llamarla por su nombre, delimitando con claridad los distintos enfoques y propuestas (pues no todas son iguales) y no como hacen algunos de sus detractores poskeynesianos blandiendo el mantra de la ‘garantía del empleo’.
Para finalizar, hagamos un ejercicio sencillo. Si aplicamos la tasa promedio de reducción horaria de las cinco propuestas que hasta ahora tenemos y que hemos mencionado arriba (desde 60 horas a 15 horas, esto es, promedio de un 23%) a sucesivas y futuras rebajas horarias de la jornada laboral obtenemos una estimación exponencial en la que la abolición del trabajo asalariado sería una frontera, una asíntota que por definición jamás se alcanzaría, esto es justamente el límite ideológico de todas estas propuestas neo-keynesianas: mantener la lógica de la explotación laboral.