La Agenda 2030, aprobada en 2015, recoge 17 objetivos para el desarrollo sostenible (ODS). En la quinta edición de las jornadas “Otra Economía Está en Marcha”, que tuvieron lugar en Madrid los pasados días 9 y 10 de marzo de 2018 se tocaron varios de estos temas desde diferentes ángulos y perspectivas.
La primera exposición del segundo día corrió a cargo de Almudena Hernando, hablando sobre su libro “La Fantasía de la Individualidad”. Esta ponencia se centró principalmente en uno de los ODS, el ODS 5 “Lograr la igualdad de género y el empoderar a todas las mujeres y niñas”.
Este objetivo surge a raíz de la discriminación y privación de derechos fundamentales a mujeres y niñas arraigada en todo el mundo. A pesar de que las mujeres y niñas representamos la mitad de la población mundial, esta discriminación se nos presenta en diversas formas. Algunas de las más notorias en la sociedad en la que vivimos es la violencia de género, que afecta a una de cada cinco mujeres; la escasez de mujeres en puestos directivos y órganos legislativos, apenas una tercera y una cuarta parte de ellos son ocupados por mujeres, respectivamente, y la recaída de los trabajos de cuidados sobre las mujeres, tres veces más que sobre sus compañeros. Sin embargo, no podemos olvidarnos de la falta de poder decisorio de las mujeres sobre su propia vida sexual, el matrimonio infantil y la ablación genital femenina.
Este objetivo persigue la meta de erradicar toda discriminación y forma de violencia contra las mujeres y niñas así como las prácticas que puedan dañarnos. Asimismo, busca garantizar la participación activa de las mujeres en todos los niveles de la sociedad, el acceso a la salud sexual y a los derechos reproductivos y el reconocimiento de los trabajos de cuidados. Por último, es necesario otorgar apoyo político e institucional, en forma de reformas, leyes y políticas, a la consecución de estos objetivos.
En esta ponencia Almudena ofrece una aproximación a cómo se construye a lo largo de la historia la identidad humana, y valiéndose de esta aproximación, se encarga de describir el trasfondo histórico del problema del que se ocupa este objetivo, uno de los más notorios de nuestra era: la desigualdad de género.
Durante esta ponencia se van perfilando dos identidades opuestas y eminentemente contradictorias, la identidad individual y la identidad relacional. La identidad relacional se asocia con las sociedades primitivas, orales, en las que no existe la especialización, ni, en consecuencia, la división de tareas. En estas sociedades donde todos son fundamentalmente iguales en tanto que son, ni más ni menos que lo que parecen ser, las actividades propias de la mente son atribuidas a la naturaleza no-humana, la cual no puede explicarse, por ello se teme al cambio. En estas sociedades, si se eliminan las relaciones, la persona no sabe quién es.
En contraste, para la construcción de la identidad individual es determinante el papel de la escritura y de la especialización, que comienza a establecer diferencias y jerarquías. De esa manera, en el presente, todas las personas nos relacionamos con personas de niveles diferentes al nuestro, dando lugar a diferentes formas de actuar y expresar nuestras emociones de manera automática, lo que nos lleva a pensar que lo que nosotros somos reside en nuestro interior y no puede ser transmitido en su totalidad, y que por lo tanto somos agente por nosotros mismos. El yo se construye a raíz del cambio, la seguridad de la individualidad reside en la generación constante de deseos y la comprensión mejorada del mundo. La idea del “yo” no pasa a formar parte del discurso social hasta el siglo XIX.
La escritura contribuye a esta realidad en la medida en que leer y escribir permite visualizar el pensamiento; asociando símbolos inventados a realidades y a cosas que no existen (como el conjunto vacío). En consecuencia, la escritura empodera e individualiza, otorgando al ser humano la capacidad de comenzar a explicar la naturaleza no humana y la conciencia de la propia mente.
A medida que la capacidad del ser humano para describir y por tanto entender y controlar lo que le rodea y la naturaleza no humana, el ser humano tiende a caer en la falacia de pensar que no precisa de su identidad relacional, de la pertenencia a la comunidad o al grupo. Sustituyendo un mecanismo para lidiar con la inabarcable inmensidad del universo y la angustia que esto inevitablemente nos provocaría de no buscar maneras de entenderlo cada vez mejor o tener una identidad que nos da seguridad. Esta fantasía de concebirse de manera aislada frente al universo, renunciando a la identidad grupal, es comenzar a entender la identidad humana y el género.
A medida que las sociedades se volvían literarias, las mujeres se han convertido en las portadoras de la identidad relacional, mientras que los hombres se han centrado en la identidad individual en detrimento de la identidad relacional. Sin embargo, no es posible la supervivencia sin identidad relacional. En consecuencia, de manera más o menos consciente, los hombres han impedido el desarrollo de la identidad individual a las mujeres, para que estas les proporcionen la identidad relacional que necesitan. La identidad individual es perseguida y alabada, mientras que el nivel relacional es desprestigiado e ignorado. Sin embargo, inconscientemente, los hombres han desarrollado otras identidades relacionales con otros hombres que persiguen la individualidad, como puede ser la identidad de los jefes de estado o los futbolistas.
Ante esta situación surgen varios escenarios posibles. El primero es el Status Quo o el no-cambio, un supuesto en el que las mujeres mantendrían su identidad relacional para sí mismas y para los hombres que las rodean, proporcionándosela en virtud de la renuncia más o menos voluntaria a la persecución de la propia identidad individual. Este escenario parece difícil de mantener al menos en nuestra sociedad dadas las voces cada vez más sonoras que se alzan en favor de la igualdad y el empoderamiento femenino como el pasado 8 de marzo.
El segundo escenario es el estado de la subversión. Es decir, aquel en el que se cambian las tornas de manera radical, pasando a ser los hombres los proveedores de identidad relacional por excelencia y las mujeres las que persiguen la vitoreada y reconocida identidad individual. Este escenario parece, si cabe, más improbable. Primeramente porque la llamada identidad individual no es tal, no es autónoma, precisa de la identidad relacional, siendo más bien una individualidad independiente. Por lo tanto este escenario no es más que una ilusión. Además, la igualdad no pasa por la sumisión de ninguno de los segmentos de la sociedad.
Adicionalmente existen un tercer y cuarto escenario a tener en cuenta: el supuesto en el que las mujeres se focalizan en el desarrollo de la identidad individual en detrimento de la identidad relacional y aquel en el que los hombres comienzan a cultivar la identidad relacional en detrimento de la individual. Estos escenarios parecen iguales, pero sus diferencias son notables.
No es lo mismo que la fantasía de la individualidad nos lleve a todos como sociedad a perseguir la notoriedad individual con todo lo que esto conlleva, descuidando las relaciones y el grupo que la sociedad se dé cuenta que la identidad relacional es necesaria para nuestra subsistencia como individuos y que todos debemos cultivar la nuestra propia sin descuidarla ni relegarla a un segundo plano y dándole la notoriedad y el valor que necesita. Además, es importante tener en mente que una vez que los hombres se ocupan de su propia identidad relacional, las mujeres se liberan de esa carga, pudiendo naturalmente perseguir la identidad individual.
En consecuencia, en este cuarto supuesto, individualidad independiente, están presentes las contradicciones protagonistas en la identidad, hoy día, asumida como femenina, donde subsisten las dos identidades, tales como: la importancia del grupo en paralelo a la importancia del “yo”; encontrar la seguridad en la recurrencia así como en los cambios; y las relaciones emocionales y racionales con la realidad. Asimismo, en este escenario en el que se le da visibilidad a la identidad relacional ésta finalmente “existe”, y con ella la labor desempeñada por las mujeres para cultivarla, ya que “lo que no forma parte del discurso no existe”. Y tal y como se encarga de visibilizar el ODS 5, las mujeres existimos.