Autora de la reseña: Sofia Darnay
Es un libro que entra en la categoría de ensayo periodístico y que, sin dejar de ser académico, tiene un lenguaje y una estructura muy amena que cautiva al lector desde su primera hoja. Su autor, Paco Gómez Nadal, no finge neutralidad en ningún momento, y desde el inicio de este, denuncia la existencia de una estructura colonial de poder y racismo que, lejos de ser un suceso del pasado, se encuentra vigente en nuestra realidad actual.
El libro consta de tres partes: la primera se llama “el Nudo Racista”, la segunda “Prejuicios y juicios de la Historia” y la tercera y última -un poco diferente de las anteriores- se denomina “Encuentros”.
En cada etapa del libro se realiza una suerte de contra-relato, sobre la famosa conquista de América, invitándonos a la reflexión de que no hubo ningún encuentro ni descubrimiento, se trató más bien de un proyecto colonial imperial que salvó a Europa de un estancamiento cultural y económico que sirvió para sentar las bases del capitalismo moderno.
Nada está desligado del pasado, ni en Europa ni en las Américas, pero solemos olvidar las responsabilidades: el flamenco Gerardus Mercator dibujó su proyección cartográfica en 1569 manipulando la geografía para adaptarlo a la idea imperial europea, y aun no hemos podido sacar de las aulas y libros ese mapa.
El exterminio fue significativo, los que sobrevivieron debieron huir a zonas inhóspitas y alterar de forma dramática sus formas de vida. Arrancados de la tierra, vida, familia, comunidad hoy es entendible su triple reclamo contemporáneo (tierra, autonomía y cultura) y si bien decimos que el pasado nos sirve para entender el presente, Paco Gómez Nadal lo trasciende y habla de cómo es que su futuro también se ve amenazado por el avance del gran megaproyecto que no ha cesado desde 1492. Por ello este libro nos explica la importancia de ser conscientes de los estragos que el colonialismo y el racismo han producido, y que el capitalismo continúa reproduciendo.
En cualquier lugar donde haya existido colonización se ha vaciado de su cultura a pueblos enteros, conformando un paradigma en el cual es descartada cualquier relación horizontal entre estos dos mundos. Lo que no es europeo, en el mejor de los casos, es considerado exótico. En el inconsciente colectivo se tiene la idea de que ni indios ni negros pueden progresar por si solos, tienen un techo de capacidades que solo puede ser superado con la colaboración o tutela de los blancos. El relato dominante los ha invisibilizado.
La exclusión se traduce, entre otras formas, en la imposibilidad de construir y transmitir su propio relato. Una historia de resistencia silenciada, sin embargo cabe destacar que el libro no habla solo de historia, sino de un presente continuo: la inquisición del oro no cesó, nunca creció una industria local en las colonias, ni nacieron clases medias vigorosas, ni se permitieron las fórmulas propias y, cuando aparecieron, fueron aplastadas. La colonia acabó con la economía comunitaria indígena, con sus propias bondades, defectos y limitaciones.
Las multinacionales de minería metálica, las energéticas, las multinacionales del narcotráfico o las agroalimentarias, están detrás de los milagros macroeconómicos que no tienen efecto en toda la ciudadanía por igual. Se exporta materia prima y se recibe poco menos que su verdadero valor. Se hipoteca el futuro y se realiza una contrarreforma agraria que acaba con la riqueza ambiental, desplaza a miles de indígenas, afrodescendientes y campesinos y campesinas criollas con ayuda de las fuerzas de seguridad de los estados. El formato agroexportador librecambista fue la base común de inserción de estos espacios nacionales del Sur a los mercados internacionales.
Y no es que sean menos inteligentes, o incapaces, sino que los pueblos originarios tienen en su modo de vivir otra economía que no es la del dinero, una economía donde los vínculos están basados en la confianza, en la reciprocidad y en la gestión del tiempo y del espacio. La economía del dinero y de las cosas es un tsunami difícil de gestionar para ellos y ellas. Las culturas originarias de América y África no eran capitalistas, si bien existía el comercio y el trabajo era de forma comunitaria para un fin social en las que las necesidades de la construcción de una casa se hacían de forma colaborativa entre vecinos y se terminaba con una comida comunitaria y un momento de confraternización. Es algo difícil de entender para los euroccidentales urbanos del siglo XXI en la llamada sociedad del conocimiento en donde nada se intercambia, sino que todo se compra, donde solo se colabora en las aficiones -no en las necesidades- y donde las necesidades no las impone la vida, sino el mercado y la publicidad. Para una persona indígena la razón de su existencia es buscar y conservar el equilibrio, en la comunidad indígena no hace falta el dinero, ya que las familias regalan unas a otras lo que saben que precisan. En cambio el capitalismo prohíbe básicamente dos cosas: una es el regalo y la otra el aburrimiento. Hay dos formas de impedir pensar a un ser humano: una obligarle a trabajar sin descanso y otra obligarle a divertirse sin interrupción.
Desde la colonización se inició un proceso de aculturación, es decir, de despersonalización cultural, de pérdida. Es por eso por lo que hoy debe pregonarse la creación creativa de la diferencia. Y es que los indígenas no se niegan a las escuelas, pero sí apelan a la etnoeducación, no se niegan a los centros de salud, pero sí exigen que incluyan su medicina tradicional, no le dicen no a la tecnología, pero sí para sus fines -que son diferentes a los que nosotros tenemos-. La colonia, formalmente ya no existe, pero persiste la colonialidad en las estructuras de poder, en la construcción de conocimiento, en la comunicación pública y, lo que es más difícil de extirpar, en la psiquis de muchas personas latinoamericanas y eurooccidentales.
Cómo bien dice el autor:
“La única salida para que los colonizados no repitan, una y otra vez la terrible historia, y el rol de inferior que en la que los instaló el colonialismo, es la creación de algo nuevo, del mundo nuevo: con clínicas, escuelas, caracoles, músicas y danzas; hacer ese mundo otro con sus propias manos, poniendo en juego su imaginación y sus sueños”.
Con modos diferentes de hacer, que no son una copia de la sociedad dominante, sino creaciones auténticas de un nosotros en movimiento…
Estupenda reseña Sofi, enhorabuena!!! y un libro importante para repensar nuestras relaciones con los países colonizados.