
Este nuevo monográfico de los Dossieres EsF, correspondiente al Otoño de 2020, pretende poner de manifiesto las principales características de la estructura empresarial oligopolista que domina la economía mundial en la actualidad, y sus consecuencias para la sociedad. Con ello, se pretende contribuir al debate sobre esta realidad que, como ponen de manifiesto los coordinadores del número, nos obliga a revisar profundamente muchas de nuestras concepciones y análisis y, desde luego, los fundamentos de la teoría económica dominante.
Puedes ver y/o descargar el Dossier aquí.
A continuación reproducimos el capítulo de presentación del número.
PRESENTACIÓN: La oligopolización de la economía
José Ángel Moreno Izquierdo (Economistas sin Fronteras y Plataforma por la Democracia Económica)
Juan A. Gimeno Ullastres (UNED y Economistas sin Fronteras)
Consignar que la economía actual, tanto en los diferentes países como a escala mundial, está intensamente oligopolizada es una simple obviedad. Una obviedad que refleja un fenómeno patente desde hace mucho y acelerado desde finales de la década de 1970, de la mano, en buena medida, de las políticas neoliberales. Es difícil encontrar un sector económico que no tenga un elevado grado de concentración, en el que no dominen abrumadoramente pocos grupos empresariales, que disponen así de un poder de mercado determinante.
La evidencia empírica es incontestable. Como varios trabajos académicos recientes muestran, los márgenes de beneficio —«la más expresiva de las medidas del poder de mercado»1, en cuanto que revelan la capacidad empresarial de incrementar el beneficio— vienen aumentando tendencialmente en las grandes empresas2 (al margen, por supuesto, de coyunturas concretas —como la actual— y de circunstancias específicas de determinados sectores). Un fenómeno general, pero que se aprecia con especial intensidad en los sectores más avanzados tecnológicamente, y en particular en el de las llamadas empresas tecnológicas, en las que factores como la inteligencia artificial, la gestión masiva de datos (el big data)y las situaciones de «monopolio natural»3 permiten un grado de dominio del mercado y unas capacidades de manipulación de los clientes y de extracción de beneficio muy superiores a los disponibles por las grandes empresas tradicionales (razones por las que cuatro de ellas han sido recientemente investigadas por el Congreso de EE.UU.).4
Es una clara manifestación de lo que se considera oligopolio: un mercado dominado por pocas empresas, en el que las actuaciones de cada una repercuten severamente en las demás, en el que se generan precios y beneficios superiores a los posibles en condiciones más competitivas y en el que se producen al tiempo dos procesos paralelos, no siempre coherentes: competencia feroz entre las empresas dominantes y acuerdos entre ellas —explícitos o tácitos y tanto más fáciles cuanto menor sea el número de empresas dominantes— para consensuar las condiciones de esa competencia, para garantizar beneficios en determinadas condiciones y para establecer barreras de entrada lo más elevadas posible.
Las barreras tradicionales eran (y siguen siendo) las economías de escala, la diferenciación de marcas, las fuertes inversiones en publicidad y reputación y la posibilidad de expulsar a competidores a través de la fijación temporal de precios artificialmente bajos. Pero las grandes empresas están demostrando una notable creatividad en la creación de nuevas formas de barreras, a lo que dedican considerables recursos. Se trata, por tanto, de procesos que posibilitan —en el marco de un equilibrio inevitablemente inestable— una competencia relativamente consensuada y una alianza común para garantizar el mercado frente a competidores potenciales. Procesos, no se olvide, que entrañan una generación de beneficios extraordinarios —rentas, en el lenguaje económico— que reflejan una capacidad de extracción de riqueza que no deriva del simple funcionamiento del mercado; es decir, que es fruto de posiciones de poder que posibilitan innegables mecanismos de explotación. No es de extrañar, por eso, que los mayores rendimientos vengan coincidiendo en las firmas con mayor poder de mercado.5
Es, por otra parte, un fenómeno que se retroalimenta. Son evidentes las ventajas que el tamaño empresarial comporta en muchos aspectos esenciales6: mayor capacidad de inversión y de aprovechamiento de las innovaciones, mayor capacidad de beneficiarse de los costes decrecientes y, por tanto, de la escala productiva, mayor capacidad negociadora tanto a nivel interno —con los trabajadores— como externo y mayor capacidad de influencia en los reguladores y, en general, en las administraciones públicas. Algo que está en la base de la tendencia al incremento del poder de mercado de las empresas más poderosas y de la consiguiente tendencia al crecimiento de la concentración empresarial (expulsando competidores, pero también —y profusamente a lo largo de las últimas décadas— a través de fusiones y adquisiciones). No es, desde luego, algo indoloro a nivel económico y social: los niveles superiores de precios y beneficios que los mercados oligopólicos propician perjudican directamente a los consumidores, pero también están impulsando relevantes efectos negativos adicionales. Como sintetiza en el artículo antes citado Emilio Ontiveros y explica con detalle Stiglitz en su último libro7, los beneficios altos conseguidos vía poder de mercado están desincentivando la inversión y la innovación y debilitando así la eficiencia, la productividad y el potencial de crecimiento económico, pero también están presionando a la baja en los salarios, contribuyendo a la reducción de la participación de las rentas salariales en las correspondientes rentas nacionales y, por lo tanto, impulsando el intenso aumento de las desigualdades que experimenta la mayoría de las economías nacionales.
No es tampoco nada original recordar que se trata de un fenómeno cada vez más extendido y cada vez más intenso, que la relajación de la regulación antimonopolio ha propiciado8 y que la globalización económica ha generalizado en las últimas décadas en el conjunto de la economía mundial. Una globalización impulsada en buena parte por las grandes corporaciones transnacionales, que han buscado en ella su espacio operativo óptimo. Se ha ido consolidando y fortaleciendo en las últimas décadas, así, un número considerable de empresas de gran dimensión que operan a nivel global —no pocas con volúmenes de negocio ampliamente superiores al PIB de muchas economías nacionales—, pero también muy interpenetradas accionarialmente y, por ello, crecientemente condicionadas al poder de decisión y de mercado de una élite mucho más reducida.
Un trabajo de notable repercusión de 20119 lo constataba con claridad: 147 corporaciones controlaban el 40 % del capital accionarial total de 43.060 grandes transnacionales analizadas. Algo que parece dar la razón a las viejas tesis marxianas de la centralización y la concentración del capital, que implican no sólo la consolidación de empresas cada vez mayores y con mayor poder de mercado, sino también la creciente acumulación del capital en manos de un número decreciente de personas o entidades10. En este contexto, las grandes empresas transnacionales controlan los principales sectores económicos —en la producción, en la distribución y en los servicios— a escala mundial, conformando además un nuevo modelo productivo que alcanza todos los rincones del sistema económico y que se vertebra internacionalmente a través de complejas cadenas de valor, encabezadas por las matrices y conformadas por sucursales y filiales y por una larga serie de empresas subcontratadas y proveedoras formalmente independientes, pero que dependen estrechamente de ellas —en ocasiones, no sólo de una— y que frecuentemente no son más que instrumentos externalizados de su sistema productivo. Grandes corporaciones que, además, suelen conformar conglomerados multiproducto que operan en más de un sólo sector y que, como a nivel nacional, compiten incansablemente entre sí, pero que también establecen alianzas. Y no sólo en sentido estrictamente comercial, para garantizar y proteger las condiciones de competencia en mercados concretos, sino también para la salvaguarda corporativa de sus intereses generales a escala internacional: por ejemplo, defendiendo posiciones empresariales comunes en convenios económicos bilaterales y multilaterales entre Estados y plataformas, acuerdos y alianzas público-privadas que se crean para la consecución de objetivos globales en ámbitos como el comercio, la inversión, las finanzas, la alimentación, el desarrollo, la salud, el cambio climático, etc. Instancias en las que las grandes corporaciones vienen actuando cooperativamente con creciente eficacia para la óptima orientación de las agendas hacia estrategias y metas coherentes con sus intereses.11
Son todas las anteriores algunas de las características y consecuencias más destacadas del poder económico que las grandes empresas detentan cada día más acusadamente. Un poder que se ha hecho tan determinante en nuestro tiempo que ha propiciado una progresiva consolidación de la capacidad de condicionamiento de las grandes empresas en otras dimensiones.12
Ante todo, en la esfera política, y tanto a escala nacional como internacional. En la primera, resulta ya reiterativo recordar la influencia corporativa —incluso en los países más desarrollados y democráticos— en los tres poderes del Estado, en muchos partidos políticos —algunos impulsados directamente por las grandes empresas— y en las administraciones públicas a través de múltiples y frecuentemente enmarañados canales: puertas giratorias, lobbies, diferentes formas de ayuda económica, corrupción pura y dura… Una influencia que ha llegado en muchos casos a ser tan intensa, generalizada y estructural que parece dibujar un panorama de dependencia creciente del poder político respecto del corporativo —y del funcionamiento de los mercados, que en buena parte depende de aquél—. O, quizás —como apuntan otros—, de una hibridación —una interpenetración— creciente entre ambos, que desdibuja los límites entre uno y otro y en donde es cada día más cuestionable cuál de los dos desempeña el papel hegemónico. Tanto en un caso como en otro, estaríamos ante un reflejo claro de lo que parece un indudable deterioro de la democracia. Como concluye Sitiglitz para el caso de EE.UU. —pero que puede extrapolarse a nivel general—, «no se puede tener una auténtica democracia con la enorme concentración de poder de mercado y riqueza que caracterizan hoy a Estados Unidos»13. Algo que puede apreciarse también en la esfera internacional, en la que es patente la pujante ascendencia de las mayores transnacionales en los principales organismos internacionales, y —como antes se apuntaba— en los principales foros y plataformas internacionales, consiguiendo una cada vez más clara capacidad de orientar en su favor sus criterios, estrategias y decisiones. Un proceso en construcción, pero ya muy avanzado, que algunos autores califican como un nuevo modelo de gobernanza global, que condiciona crecientemente el volumen y el carácter de las relaciones económicas internacionales y que no hace sino fortalecer el peso político de las grandes empresas a escala nacional.
Es una dimensión política del poder corporativo que llega en nuestro tiempo a materializarse incluso a nivel jurídico. Y no sólo por la difícilmente negable influencia que las grandes empresas ejercen en las instituciones judiciales de cada país, sino también de la mano de la creciente capacidad de influencia de las grandes empresas transnacionales tanto en el contenido de muchos acuerdos internacionales de comercio e inversión como, sobre todo, en el modo en que se garantizan los derechos empresariales ante actuaciones de Estados firmantes que presuntamente pueden vulnerar las condiciones firmadas. Una garantía profundamente asimétrica —frente a la forma en que se combaten las externalidades negativas empresariales— que se materializa en los procedimientos por medio de los que se dirimen las controversias derivadas de demandas empresariales a Estados a través de tribunales privados —al margen de la Justicia legal— en los que los intereses corporativos tienen un peso decisivo. Es esa desigual lex mercatoria sobre la que se erige toda una «arquitectura jurídica de la impunidad»14 al margen de la Ley general —que ya no es igual para todos—. Una arquitectura que limita significativamente la capacidad de actuación legal de los Estados, posibilitando una nueva capacidad normativa de las grandes empresas15 que resulta difícilmente compatible con lo que se entiende por democracia.
Son manifestaciones del poder de las grandes empresas que se complementan con otra no menos importante: la que cada vez más ejercen en el plano cultural. Un poder blando y sofisticado, que refuerza y facilita los anteriores y que moldea gustos, deseos y estilos de vida, haciendo atractivos los productos y la imagen de las grandes empresas, generando consentimiento social y legitimación, colonizando los comportamientos y las actitudes y contribuyendo decisivamente así a posibilitar una creciente hegemonía cultural. Algo que las grandes empresas consiguen por medio no sólo de la publicidad y de las políticas directamente dirigidas a fortalecer su imagen y su reputación, sino también a través de su progresivo control de los medios de comunicación, de la industria del ocio y de la cultura y de su creciente penetración —directa o a través del mecenazgo y del patrocinio— en los ámbitos de la educación, de la investigación, del espectáculo y de la cultura.
Un fenómeno que los avances científico-tecnológicos no han dejado de alimentar a lo largo de las últimas décadas y que puede alcanzar en un futuro inmediato niveles mucho más intensos, efectivos y peligrosos con la revolución en curso en ámbitos como la biotecnología y la nanotecnología, la tecnología digital, la inteligencia artificial, el big data y los nuevos estadios de Internet. Una revolución que puede posibilitar a quien la dirija —grandes Estados o grandes empresas— un control más íntimo e imperceptible, pero mucho más estrecho, de las personas, basado en el conocimiento permanente de sus comportamientos, relaciones, gustos, opiniones, aficiones y estado físico y anímico. Pero, aún más allá, incluso en la propia creación de deseos, anhelos y objetivos en el interior de los individuos: en un auténtico pirateo de nuestra voluntad, hackeada —como viene alertando el omnipresente Harari16— por poderes que pueden no sólo conocernos mejor que nosotros mismos, sino —más aún que controlarnos— moldearnos de acuerdo con sus intereses, eliminando todo rastro de libertad y haciendo real una distopía que parece combinar los más preocupantes componentes del Gran Hermano de Orwell y del Mundo feliz de Huxley. La diferencia es que no estamos ante el poder de un Estado absoluto, sino repartido, competido y consensuado entre el oligopolio de las mayores empresas mundiales.
Esta estructura oligopolista generalizada obliga a revisar profundamente muchas de nuestras concepciones y análisis y, desde luego, los fundamentos de la teoría económica dominante. Los presupuestos de un mercado eficiente fundamentado en un equilibrio general derivado de unos mercados en competencia perfecta resultan ridículamente alejados de la realidad. La ignorancia habitual de factores trasversales, como el poder y las relaciones sociales, lastra un análisis que sigue marcando las publicaciones científicas, los informes oficiales y las políticas públicas. Afortunadamente, parece que instituciones como el Banco Mundial, el FMI, el BCE o el propio Banco de España comienzan a abrir ventanas a la duda y a cuestionar los axiomas neoclásicos. No siempre directamente, pero sí en muchas de las recomendaciones de los últimos años.
Este número quiere contribuir a reflexionar sobre esa realidad evidente.
Es un objetivo que comienza con el examen que hace Antón Costas de las implicaciones económicas de la creciente concentración empresarial actual —que probablemente se intensificará tras la crisis de la Covid-19—, prestando una especial atención a las grandes empresas tecnológicas de la «nueva economía » y a los efectos que el poder oligopólico genera en las desigualdades de renta, en la precarización del empleo y en los salarios, recuperando para ello las intuiciones precursoras de la gran Joan Robinson sobre la competencia imperfecta: una forma de competencia que permite a las empresas dominantes generar beneficios extraordinarios tanto vía fijación de precios como de salarios, que está en la base de la tendencia a la depreciaciación salarial general y en el aumento de la desigualdad económica características de nuestro tiempo. Problemas éstos que el profesor Costas plantea combatir —en línea con las recomendaciones de Joan Robinson— fortaleciendo el poder negociador de los trabajadores, facilitando su participación en el gobierno de las empresas y, especialmente, fomentando la competencia.
Continúa el número con un tema de absoluta actualidad a cargo de Carlos Cruzado: la capacidad de las grandes empresas para minimizar sus contribuciones impositivas (sobre todo, el impuesto sobre los beneficios) en base a cada vez más sofisticadas estrategias de ingeniería fiscal («prácticas fiscales abusivas», como las denomina el autor), facilitadas por la falta de armonización tributaria a escala internacional, por una normativa impositiva internacional claramente obsoleta y disfuncional y por la bochornosa existencia de paraísos fiscales («guaridas fiscales»).
Las dos siguientes colaboraciones de este dossier giran en torno a dos sectores específicos: el financiero y el de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Al análisis del primero de ellos dedica su artículo Juan Torres, que recuerda el particular poder que en las economías nacionales y en la actividad económica internacional ejercen las grandes entidades financieras (bancarias y no bancarias): un sector en el que —en el contexto de una creciente financiarización de la economía— se ha producido una concentración especialmente intensa, conduciendo a megaentidades que controlan todos los ámbitos de la actividad financiera, cada vez más orientadas a operaciones especulativas y que constituyen un auténtico «poder sobre el poder», que se despliega en todos los ámbitos de la economía y de la sociedad y que está en la base de muy graves problemas macroeconómicos y del estancamiento —e incluso retroceso— de la propia eficiencia interna del sector. Sobre las grandes empresas de la economía digital reflexiona Ignacio Muro, para quien constituyen la punta de lanza de una nueva forma de capitalismo, generadora de «una nueva oleada de acumulación de capital» caracterizada por la devaluación del trabajo y por la existencia de costes productivos marginales que tienden a cero y utilidades marginales en el consumo crecientes, lo que posibilita economías de escala y crecimientos prácticamente ilimitados. Elementos todos que incentivan una dimensión y una concentración empresariales mucho más intensas que las características de la economía tradicional, conduciendo a la conformación de «campeones únicos globales en cada sector», dotados de una capacidad financiera que fortalece sus ventajas comparativas y que potencia las tendencias a la concentración.
El dossier gira a continuación su atención a la realidad de la gran empresa española con el artículo de Rubén Juste, que examina la incidencia del poder económico en la reciente historia de nuestro país a la luz de la evolución del IBEX 35 y de las principales empresas que lo integran, sus intrincadas relaciones con el poder político y las razones políticas que influyeron en su creación, así como la confluencia de intereses entre ambos poderes, «el modelo de país» al que aspiraban y los grandes rasgos —y debilidades— del modelo de crecimiento económico que esa confluencia ha ido consolidando desde comienzos de la década de 1990.
Tras ello, el artículo de Gonzalo Fernández retorna a la dimensión global del poder corporativo en la «nueva normalidad» que previsiblemente se generalizará tras la crisis del coronavirus, en la que cabe pensar que se acelerarán algunas de las contradicciones de la situación anterior, incentivando en las grandes empresas transnacionales respuestas que pueden incidir significativamente en su carácter y en su relación con el poder político, alumbrando una nueva configuración del orden global. El autor señala, en este sentido, las principales mutaciones de este nuevo orden, entre las que figura un salto adicional en las tendencias a la concentración y centralización del poder corporativo y a la consolidación de su capacidad de influencia. Un panorama posible, pero no inapelable, frente al que el artículo apunta los rasgos esenciales de la acción que cabe plantear desde las fuerzas democráticas y desde la sociedad civil para combatirlo y para reconducir, en su lugar, hacia una normalidad emancipadora alternativa.
Finalmente, explora José Miguel Rodríguez en el último de los artículos las posibilidades que puede brindar la participación laboral —y de otros partícipes básicos— en el gobierno de las grandes empresas y, en definitiva, su democratización para mitigar la unilateralidad y la excesiva capacidad de condicionamiento de las que disponen y para hacerlas más útiles para la sociedad —más responsables socialmente—. Una exploración en la que —en buena parte al hilo de las investigaciones que se vienen realizando en el francés Collège des Bernandins— examina la necesidad de superar la ideología de la creación de valor para los accionistas, de consolidar un nuevo «contrato de empresa», de establecer un estatuto de directivos y gerentes diferente del dominante —no sólo responsable ante los accionistas—, de desarrollar nuevas formas de empresa presididas por una «misión» no exclusivamente lucrativa y de avanzar hacia formas más exigentes de regulación y supervisión —de «constitucionalización»— de las grandes empresas transnacionales.
El dossier se completa con las secciones habituales de «El libro recomendado» —en la que nuestro compañero de EsF Rodolfo Rieznik reseña la reciente obra de Enrique Palazuelos El oligopolio que domina el sector eléctrico— y «Para saber más», en la que sugerimos algunos libros de interés sobre el tema central del número.
No puede terminarse esta presentación sin el profundo agradecimiento de los coordinadores del dossier y de Economistas sin Fronteras a todos los que han tenido la generosidad de colaborar en él.
Notas
- E. Ontiveros (2018), «Poder de mercado en ascenso», El País-Negocios, 14/10/2018.
- J. De Loecker, J. Eeckhout y G. Unger («The Rise of Market Power and the Macroeconomic Implications», The Quarterly Journal of Economics, Vol. 135, Issue 2, mayo de 2020) lo demuestran para EE.UU. desde 1955 a 2016. Por su parte, F. J. Díez, D. Leigh y S.Tambunlertchai («Global Market Power and its Macroeconomic Implications», IMF Working Paper, WP/18/37, 2018) lo hacen para un conjunto de 74 países desde 1980 a 2016.
- Derivadas de la existencia de costes marginales prácticamente nulos, que posibilitan rendimientos permanentemente crecientes y que facilitan a las empresas precursoras en un nicho de mercado la conquista absoluta o casi de ese mercado. Puede verse sobre esto el artículo de I. Muro en este número.
- https://elpais.com/tecnologia/2020-07-29/en-directo-amazon-apple-facebook-y-google-se-defienden-en-el-congresode-ee-uu.html
- Como recuerda —en base a diferentes trabajos empíricos— J. E. Sitglitz en Capitalismo progresista, Taurus, Barcelona, 2020.
- Sigue siendo muy recomendable sobre esto S. Bowles y R. Edwards, Introducción a la economía: competencia, autoritarismo y cambio en las economías capitalistas, Alianza Universidad, Madrid, 1990, págs. 138-141. Un buen análisis pormenorizado puede verse en R. Clarke, Economía Industrial, Celeste Ediciones, Madrid, 1993.
- Stiglitz, op. cit.
- Stiglitz, op. cit., refleja claramente los efectos de esta relajación en EE.UU.
- S. Vitali, J. B. Glattfelder y S. Battiston, «The network of global corporate control», PloS ONE, n.º 6, 19/9/2011.
- Para el caso español, tiene mucho interés el análisis de las interrelaciones del capital de las grandes empresas españolas realizado por I. Santos Castroviejo, La élite del poder económico en España, Maia Ediciones, Madrid, 2013.
- Puede verse sobre esto J. A. Moreno, «¿Hacia un gobierno corporativo de la globalización?», Dossieres EsF, n.º 28, Invierno/2018.
- Una explicación sintética y clara de esto y de lo expuesto a continuación puede verse en G. Fernández, Alternativas al poder corporativo, Icaria, Barcelona, 2016.
- J. E. Stiglitz, op. cit.
- J. Hernández Zubizarreta y P. Ramiro Contra la lex mercatoria, Icaria, Barcelona, 2015, y A. Guamán, TTIP. El asalto de las multinacionales a la democracia, 2015.
- I. Daugareilh, «Responsabilidad social de las empresas transnacionales: análisis crítico y prospectiva jurídica», Cuadernos de Relaciones Laborales, n.º 1, 2009, 27.
- Y. N. Harari, Homo Deus, Debate, Barcelona, 2017, y 21 lecciones para el siglo xxi, Debate, Barcelona, 2018.