¿Qué políticas públicas necesitamos? Esta fue la cuestión que Natalia Millán nos planteó al iniciar su ponencia durante las II Jornadas de Economistas Sin Fronteras.
Después de explicarnos las diferencia entre las políticas competitivas asentadas en el sistema actual y las políticas de cooperación, aquellas a las que debemos aspirar como medio para permitir el desarrollo humano, se centró en los pilares que garantiza tan deseado desarrollo, a saber, una visión económica sostenible en el medio ambiente, la garantía de respeto de los derechos humanos, equilibrio de género, que supone un problema trasversal en todas las economías actuales, y la redistribución y la equidad. Los cuales, deben convertirse en su conjunto, en la base de toda intervención pública.
Porque como bien ha expresado Natalia, algo que me ha sorprendido gratamente, sólo a través de la intervención pública en el mercado se conseguirá un verdadero cambio y un giro en la visión convencional de la política económica. Y es que esa traslación de poder que a lo largo de los años se ha ido concentrando en las manos del Estado y los Gobiernos, debe utilizarse como herramienta para el fin último del desarrollo humano y el bienestar social.
Sin embargo, la lógica del capital de la acumulación de la producción, de mejorar la competencia a la baja, de crecer a expensas de los demás, ha quedado demostrado que va en contra de todos estos principios y por tanto en contra de las personas de a pie, que día tras día tienen que enfrentarse a un mundo cada vez más corrupto y donde la economía está al servicio de los mercado, de los amos del mundo, como se refieren los profesores Torres y Navarro, y no al revés.
Es necesaria la coherencia en la aplicación de políticas para el desarrollo, superar todas las limitaciones que trae consigo la globalización y buscar el desarrollo de todas las sociedades, dejando de lado la percepción de la realidad personal como motor de motivación de todas aquellas personas que aspiran a algo mejor, y que si seguimos así, jamás alcanzarán pues no hay ni recursos ni espacio físico para que a nuestro crecimiento se sume el suyo de manera sostenible, a no ser, que frenemos el ritmo, abandonemos la cultura del despilfarro y el usar y tirar.
Para ello, es necesario la acción colectiva, la implantación de una visión distinta, a través de un proceso lento pero que ande hacia adelante con pies firmes y sin retrocesos trascendiendo a todos y todo y poniendo fin a las desigualdades, porque se ha demostrado que el mal del más débil nos acaba a la larga afectando a todos. En definitiva, frenar el paradigma racionalista con su máxima: Pienso luego existo. E implantar el existo y gracias a ello, evoluciono y me desarrollo como persona individual y unidad de un enorme colectivo.
Por Claudia Dorado Vereda