Durante dos días se celebraron las V Jornadas de “Otra Economía está en marcha” promovida por la organización no gubernamental “Economistas sin Fronteras” donde se llevaron a cabo varias intervenciones interesantes, pero me voy a centrar únicamente en dos.
Por un lado, la de “Expulsiones en la Economía global” de Saskia Sassen (catedrática de sociología en la Universidad de Columbia) donde introducía la idea de desestabilizar los conceptos, ya que existe la tendencia actual de utilizarlos con connotaciones semánticas que se alejan de su significado original. También mencionaba que los “expulsados” son desde un asalariado que pierde su trabajo, como cualquier extranjero o nativo que por situaciones económicas son apartados del sistema, pasando a ser invisibles, donde ni el estado, ni la sociedad, se preocupan por ellos. Finalmente, llamó la atención una foto del centro de Londres donde explicaba que alrededor de diecisiete grandes edificios son propiedad de una empresa China, y en lo que respecta a compra inmobiliaria, el estado árabe de Qatar ya le lleva la delantera a la mismísima Reina de Inglaterra.
Por otro lado, en la conferencia de “La fantasía de la individualidad” por Almudena Hernando (profesora de prehistoria de la UCM) ella hablaba sobre las causas y efectos de la identidad relacional, el cómo la escritura y la lectura empoderó al ser humano surgiendo así la conciencia de la mente; sobre la necesidad de alcanzar seguridad a través de reconocer los deseos y luego tener la capacidad de realizarlos. Cuestionaba la “cultura individualista” argumentando que no se ha pasado de la identidad relacional a la individualidad, sino que se la ha omitido, es decir, el individualismo se basa en la identidad relacional ya que el humano por naturaleza no puede vivir sin relaciones afectivas. También llamó mucho la atención el comportamiento de una tribu amazónica expuesta por la profesora, contaba que cuando un miembro de la tribu cometía un delito en contra de la comunidad, el resto de los miembros le expulsaban de ella, sin embargo, al cabo de diez años aproximadamente algunos miembros volvían a que los mataran, preferían morir antes de vivir apartados de la tribu.
Mientras estaba sentado en la cuarta fila escuchando atentamente el desarrollo de la siguiente ponencia, un diálogo entre la elocuente Yayo Herrero (ingeniera, antropóloga de Ecologistas en Acción) y Santiago Alba Río (filósofo y escritor), Yayo citó una frase de Jorge Riechmann (filósofo, doctor en Ciencias Políticas por la UAB) que decía: “Tratamos igual aquello que nos acaricia, que aquello que nos aplasta”. ¿Pero a qué se refería con esa frase?
En ese momento, mencionaba ella la dificultad que tenemos de discriminar correctamente los tipos de producción que existen en el mundo, es decir, damos importancia a aquellas producciones según su valor monetario. Si comparamos la producción de trigo y la producción de bombas, esta última genera mayor dimensión económica por lo que será igual de importante que la primera, y ahí está el problema.
Ahora, si trasladamos la frase de Riechmann a otro contexto distinto para obtener una nueva interpretación político-económica, podemos hallarla también en la dificultad que tenemos de reconocer en el lenguaje cotidiano ciertos conceptos que con habilidad se pronuncian desde los “discursos de poder” para transmitir algorítmicas ideas en nombre del bien común, cuando en realidad sólo esconden intereses económicos, intereses que habitualmente se obtienen a costa de otros. Llegamos a criticarlos de la misma forma a los que reivindican derechos que a los que eliminan derechos, esa poca capacidad de discernir conlleva a una confusión profunda, muchas veces debido a la forma en la que tratan los medios de comunicación la información, un bien público, no exento de manipulación y dominio multinacional, a eso hay que sumarle un sistema educativo que castiga el pensamiento crítico, restringiendo por ejemplo la filosofía en los colegios por ser “poco útil” y alabando el conocimiento adoctrinador. En resumen, por un lado, se nos venden ideas que en vez de acariciarnos nos aplastan y, por otro lado, compramos esas ideas, sin pasarlas por los filtros de nuestras convicciones morales, la lógica y la razón.
Otro ejemplo clarificador es lo ocurrido en la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas del 2015, en ella firmaron 193 países la Agenda de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), relacionados con la economía, sociedad y medio ambiente. La idea era planificar una agenda de alrededor de 17 objetivos y 169 metas hasta el año 2030, parecía un logro de conciencia planetaria al reconocer que existe un problema estructural y que todos los gobiernos unidos pueden resolverlo. Sin embargo, un informe de un año después de UNICEF e Intermón OXFAM señala que sólo un reducido grupo de países han encaminado, en algo, su política económica hacia los ODS. Una vez más, queda constancia de la incoherencia entre política pública y los problemas reales de la sociedad. ¿Pero a qué se debe la indiferencia de los gobernantes?, ¿tan intocable es el capital financiero? y sobre todo, ¿qué papel desempeñamos nosotros como sociedad?, ¿el hacer caso omiso a los acuerdos firmados son decisiones políticas que nos acarician o nos aplastan?
A lo largo de la historia el humano ha superado infinitos obstáculos para sobrevivir como especie, no es creíble ya el discurso del miedo (si no es ésto, es el caos) promulgado por ministros de economía ortodoxos de occidente. No podemos aceptar que, con la tecnología, el conocimiento y habilidades actuales no seamos capaces de desarrollar un sistema económico más justo, equitativo, respetuoso con el medio ambiente y con las demás especies que coexisten con nosotros. Aspirar a que las decisiones de nuestros gobernantes sean producto de la sinergia total de la teoría, el pragmatismo y rigurosidad técnica de las ciencias sociales trabajando hombro con hombro por el bien común no es ninguna locura, ni utopía. Las políticas económicas que gobiernan tienen la responsabilidad moral de mejorar las condiciones de vida de las personas, reducir las desigualdades (objetivo 10 de la ODS), así como luchar contra la pobreza (objetivo 1 de la ODS) por citar algunas.
¿Es posible que los gobiernos empiecen a aplicar políticas que nos acaricien? Y sobre todo, ¿que dejen de aplastarnos?